Estupa de Bouddanath

Me encuentro sin sueño, estoy en el hotel de Katmandú pensando en los últimos detalles que nos hacen falta y con ganas ya de ir a la montaña. Hoy ha sido un día atípico aquí, me quedé en el hotel descansando, ya que hubo elecciones de primer ministro y todo lo cerraron hasta el medio día.

Estos días he aprovechado para visitar algunas de las tiendas de montaña y averiguar los precios de todo lo que hay que comprar a la llegada de mis compañeros, como carpas, gas, cuerdas fijas, etc. El grupo entero nos reuniremos el sábado 12 en el hotel. También, fui en compañía de los chicos españoles que conocí en el avión, a visitar dos de las principales estupas que hay aquí, la que le llaman “de los monos”, que es la de swaymbhunath y la de bouddhanatth.

Me encanta la filosofía que hay sobre estos lugares. Alrededor de la estupa, hay rodillos de oración con los mantras om mani padme hum (mantra del amor) y hay que girar estos rodillos mientras se pronuncia este mantra, el cual es llevado por el viento a las montañas y a la Tierra en general. Los rodillos se giran en contra de las manecillas del reloj y hay cientos de estos.

La estupa es redonda y tiene los ojos del Buda, que está cuidando y mirando hacia los cuatro puntos cardinales. Entre cada hilera de rodillos, hay pequeñas figuras del Buda, donde la gente pone incienso y ora por su paz interior. Se ven monjes caminando entre la multitud. La gente por las calles se la ve llena de paz, se ve en sus rostros que son felices, aunque sean pobres, sus ojos están llenos de luz.

Al subir solo a la estupa de los monos, entré en un lugar donde están los monjes orando. Era oscuro y había muchas velas blancas pequeñas. De repente, dos monjes salieron y les pregunté si es que podía entrar y me dijeron que sí, pero que debía sacarme los zapatos. Lo hice. Entré a su monasterio. Ellos se me acercaron y les pregunté si es que podía prender las velas, me dijeron que debía pagar cinco rupias nepalíes por cada vela, así que escogí catorce en una misma hilera y comencé a prenderlas. Después, uno de ellos me trajo una jarra con agua y un punzón de metal dentro de la jarra. Me explicó que debía coger el punzón, moverlo en círculos y que repitiera un mantra que me enseñó. Lo hice. El se quedó quieto mirándome y luego, juntos elevamos una oración con un pedido: que me vaya bien en el Makalú.

Para mí fue un momento especial, todo fluyó muy tranquilamente, no hubo gente y era como si me estuvieran esperando. Al salir, ya era de noche y había que bajar las escaleras hacia el pueblo de Tamel, donde está el centro turístico de Katmandú. Bajé en total oscuridad, imaginándome la bajada del Makalu y en ese momento recibí un mensaje interno: “no bajar en la noche, bajar con luz de la cima del Makalu”…

Bueno al llegar al final de las escaleras, encontré un artesano que había estado esperándome todo el día, yo le di mi palabra que le escucharía y vería su artesanía. Es de hueso de jack. Me dio una explicación extraña de esta. Al final se la compré pues además me pareció barato para todo el trabajo que conlleva.

Después fui a buscar a los españoles para cenar con ellos, pero se habían ido a otro lugar. De camino a mi hotel, entré en una librería donde encontré los libros del Himalaya más hermosos que jamás haya visto, y vi fotos del Makalu, quedé enamorado con tanta belleza.

Para esto, ya eran las once de la noche y por suerte había servicio de habitación del restaurante de mi hotel. Así que pedí pollo picante, gaseosa y a comer.

Me quedé dormido pensando en Katmandú. Me ha conmovido, con su gente, con sus calles salvajes, que son pobres a la entrada de la ciudad y luego como por arte de magia, todo cambia a un ambiente montañero y turístico y en medio se encuentran todos los secretos de su cultura. Todos estos secretos están escondidos en este ambiente, solo hay que abrir los ojos y fijarse bien.

Un abrazo a todos.
Sank2

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