Miércoles 22 de julio de 2009
Queridos amigos, soy Claudia, ahora me tocó el turno a mí de escribir. Quise hacerlo porque mi amiga Marisol me dijo que sería buena idea tener el punto de vista de una NO escaladora viviendo y compartiendo esta aventura desde la base de la montaña de las montañas, el gran K2. Así que me dispongo a contarles todo lo que pueda recordar desde el trekking de acercamiento. Además esto me ayuda a relajarme y pasar el tiempo, ya que justo hoy en la madrugada Santi salió para el ataque definitivo a la cumbre (así le dicen los montañistas).
Demorará 4 días en llegar a la cumbre de esta hermosa montaña, podrán imaginarse las magnitudes que tiene, y dos días en bajar, así que debo encontrar actividades que me distraigan para que la espera sea más agradable.
Yo vine convencida que el trekking sería pan comido para mí, ya que en Ecuador yo suelo caminar mucho, salir a la montaña y hacer algo de bici. Además que durante un mes estuve saliendo a trotar todas las mañanas al parque Metropolitano de Quito, es decir no soy una mujer nada sedentaria, lo cual me hacía pensar que estaba en forma para este pequeño reto.
El día de empezar a caminar llegó. Los dos primeros días hizo un sol intenso que parecía que me derretía dentro de mi ropa. Cada jornada fue de 7 horas. Los caminos (si es que los habían) eran pedregosos, de tierra, de arena, difíciles de andar. Al llegar al destino feliz comía y a descansar. Pero me levanté desde el primer día con dolores musculares en mis piernas y en la espalda también porque debía estar mirando todo el tiempo hacia el suelo para no caerme.
Menos mal con Santi habíamos estado de acuerdo en ir lento para poder tomar fotos, disfrutar del paisaje y filmar. En estos momentos sí que disfrutaba y me llenaba de energía para seguir andando.
El tercer día fue una tortura. Nos adentramos en el famoso glaciar del Baltoro. Inmenso. Es como un mar congelado. Lleno de grietas gigantes. Casi todo fue subida y caminar sobre piedras de todos los tamaños que se puedan imaginar. Me demoré 9 horas en llegar al destino. Fue muy duro, iba muy lento. Santi me tuvo mucha paciencia. Nos reímos bastante ese día. Tal vez la altura nos estaba haciendo efecto pero a lo positivo. Todo nos causaba gracia y a pesar de lo duro lo disfrutamos. El me iba contando toda su experiencia cuando vino en el 2007 al Broad Peak.
Al cuarto día, como dicen los montañistas en Ecuador, chaspé. Mi cuerpo luego de otras 8 horas de jornada llegó a su límite. Además que ese día no pude comer, no tenía hambre y creo que eso fue lo que más me debilitó. Pero no estuvo nada mal llegar y que me atendieran como a reina. Solo fui capaz de meterme a mi carpa a descansar. Me llevaron la comida a la “camita”. Santi me hizo unos masajes y me consintió toda la tarde y parte de la noche. Es la mejor medicina para reponerse, el amor.
Al quinto día amanecí mejor, quien no después de tanto cariño, y salí pero ya no con las mismas ganas de los días anteriores. Ya estaba medio harta de caminar. No podía decírselo a Santi para no amargarle su viaje pero creo que igual él se daba cuenta. Mi motor para seguir caminando era ver el K2 por primera vez. Y cuando llegó el momento, lo ví desde Concordia, que es el sitio donde se puede divisar las montañas más altas de acá, fue muy emocionante para mí. Sentí algo muy bonito dentro de mí y podía entender el amor que Santi sentía por esta montaña. Me arrodillé en un momento que pudimos estar solos y oré y le pedí al K2 que nos acoja. Fue un momento muy especial.
Justo ese día nos encontramos con unos porteadores que estaban regresando las cosas de una expedición que habían intentado esquiar desde la mitad de la montaña. El único que se atrevió a hacerlo murió en el intento. No era una noticia agradable estando a pocas horas de llegar al K2.
Pasé por el Broad Peak, la montaña que Santi escaló en el 2007 y donde por primera vez subía un ocho mil. Me gustó mucho esta montaña, tiene cara de bondadosa, de madre. La saludamos y seguimos. Faltaba poco para llegar. Sin embargo yo estaba muy cansada. Hubo un momento que me paré y dije no puedo más. Si esto es la caminata cómo será vivir en el campamento base. No iba a poder, eso decía mi mente. Me puse a llorar desconsoladamente, pensando si había sido mala idea que yo viniera y si debía regresarme. Santi tuvo que sacudirme para que deje esos pensamientos. Y a la final eran sólo eso, malos pensamientos, pues apenas cambié mi forma de pensar y oré a Dios, toda mi visión y mi energía se restablecieron. Ah qué bueno por mí que sólo duró unos minutos la “chiripiorca” pues me hubiera perdido semejante experiencia ésta que ha sido para mí.
Vivir en el campamento base del K2 no ha sido nada fácil. Estamos sobre los 5000 metros de altura, dormimos sobre un glaciar inmenso, cubierto de rocas, con miles de grietas. Además que se supone estamos en verano pero de las casi cuatro semanas que llevo acá, he visto el sol pocos días. Extrañamente, cuando las demás montañas están despejadas, sólo el K2 está cubierto y en el campamento recibimos todo ese frío, las nevadas, el viento. Pero es muy bonito ver que aún cubierto siempre tiene un agujero por el que siento que nos está viendo. Casi siempre es la cumbre, como un gran ojo, que nos mira y mira. Y nosotros a él. Digo él porque indiscutiblemente el Chogori (nombre Balti del K2) es masculino. Se le ve así y se le siente. Todo lo contrario sentí con las montañas que lo rodean.
Con todo y lo agreste del sitio, a los seis días de estar acá ya estaba adaptada a la altura, a la comida y sus horas tan distintas a las nuestras, habituada a mi nuevo hogar, a mi carpa. Lo único que se me hace difícil todavía es el frío tan intenso, pero aprendí rápidamente a manejarlo con cuatro capas de ropa y en las noches dos bolsas de dormir y una bolsa con agua caliente. Aún así, nunca imaginé que pudiera disfrutar de tanto frío. Las nevadas acá son hermosas, como las navidades de las películas. Un día hice un muñeco de nieve creyéndome original y al caminar por las otras expediciones, vi que todos habían hecho uno. Empecé con estas pequeñas cosas a darme cuenta del buen espíritu que tienen los escaladores que vienen a estos sitios remotos. Desde que llegué me he estado preguntando por qué lo hacen, por qué quieren escalar, qué sienten, por qué tanto sacrificio en nombre de qué…y aún no lo entiendo. Tal vez nunca pueda sentir lo que ellos sienten pero sí que les admiro mucho. Todos tienen gran espíritu. Son gente de fortaleza no sólo física sino mental. Muy valientes. Cuando yo he estado en las cumbres del Ecuador creía entender algo. Pero estas montañas son diferentes. Tienen otra energía, además son increíblemente grandes y las posibilidades de llegar a su cumbre son mínimas, y aún sabiendo esto, vienen acá, dejando todo atrás, muchos de ellos familia, hijos. Se las arreglan como sea para venir, consiguen auspicios y otros ahorran todo el año y sacan préstamos con el banco. Es que el sacrificio es inmenso, desde meses atrás, con todo esto y el entrenamiento, luego el viaje, llegar y escalar y soñar con que la montaña te regale por lo menos 10 minutos en su cúspide. Y es por eso que les admiro, porque luchan, avanzan tras su sueño, tras su ideal. Y es que los ideales nos dan realización y sólo persistiendo se llega a ellos. Pero no todos los escaladores tienen la misma fortaleza, de todos los que estaban acá, la mitad ya han desertado. Unos ya se fueron a casa sin intentarlo y otros siguen esperando, no sé qué…
Mi vida en campo base ha sido agradable, he hecho muchas amistades, es lo que más me gusta de todo esto. Tanto los cocineros como los escaladores me han abierto su corazón. He conocido grandes personajes del montañismo internacional pero más que personajes, para mí son grandes seres humanos. Increíblemente, con mi poco inglés he podido conversar con todos. Y es que el corazón no tiene lenguaje. En eso nos entendemos bien todos. A veces hemos estado reunidos varias nacionalidades, españoles, austriacos, suizos, alemanes, estadounidenses, pakistaníes (que además hablan como cinco lenguas diferentes), un ecuatoriano y una colombiana, y todos hemos podido conversar, intercambiar pensamientos, cantar y bailar juntos.
Tengo muchos recuerdos de esta experiencia que parece que poco a poco llega a su fin para empezar una nueva. Me iré al Ecuador llena de amor por la vida, por haberme dado el chance de vivir esto. He podido experimentar sensaciones varias, la soledad, el frío intenso, el miedo, la oscuridad, la claridad, la risa, el llanto, el silencio, la bulla, la armonía, la confianza, el amor, el apoyo, la crítica, la sabiduría, la camaradería, la ausencia, la compañía.
Cosas que tal vez se puedan vivir en la cotidianidad de la ciudad pero que lastimosamente allá pasan desapercibidas, o las dejo de un lado para no sufrir. Pero acá he decidido (además que no me queda de otra) vivirlas con conciencia, cada una, intensamente. Y creo que esto me ha hecho crecer como mujer, como ser humano.
Llevo en mi mente una gran fotografía: el K2, su cumbre, sus laderas, sus avalanchas y en mi mirada el recuerdo del infinito, las estrellas, la luna, el sol, el agua, las rocas, el glaciar siempre en movimiento, siempre danzando, como a mí me gusta…