Estimados amigos,

Les escribimos por fin desde el campamento base del Manaslu. Llegamos ayer a la una de la tarde, un tanto cansados y debimos ponernos a ordenar todo, alisar el piso con pico y pala para armar las carpas, luego la cena y a dormir. Ha sido toda una aventura con cara de peregrinación, llegar hasta acá. Si en el anterior informe les dije que todo fluía sin contratiempos, pues desde que salimos de Katmandú empezaron a llegar. Claro que en realidad, todo el tiempo los vimos más como pruebas de fe que contratiempos. Esto es lo bueno de éstas expediciones, que nunca te derrotas a la primera, el espíritu, el cuerpo y la mente se ponen en línea para pasar cualquier eventualidad.

El primer día salimos a las 7 am en bus. Nos habían dicho que el viaje tardaría 8 horas, las cuales se convirtieron en 15. ¿Por qué? Pues porque la carretera no era pavimentada, estaba enlodada hasta más no poder, tenía huecos impresionantes y unos abismos donde el bus debía pasar sin pasajeros. Más de una vez elevé una oración pidiendo protección por todos, pues estuvimos muy cerca de una volcada. Pero en medio de todo, había situaciones que nos hacían reír muchísimo. Nuestro ánimo solo decayó un poco al final del día, pero realmente estábamos muy agradecidos de haber llegado al final, al pueblo de Arughat, sobre todo, sanos y salvos.

Al otro día continuamos nuestro recorrido a pie, felices, en medio de mucho calor, a 700 msnm. Nos fuimos adentrando con cada paso en un mundo nuevo y mágico. Los paisajes a nuestro alrededor eran fascinantes, parecía que cada árbol, cada insecto, cada cascada, cada pájaro, cada planta nos daban la bienvenida. Hablaban su propio lenguaje pero era muy fácil fusionarse con su energía.

Desde esa noche empezó a llover y no paró sino seis días después. Durante todos los días tuvimos que caminar bajo la lluvia, empapados, sudados y cansados.

Realmente muy dura la caminata de cada día. Los dos primeros dos días hicimos cinco horas y los siguientes cuatro días hicimos siete horas de caminata cada día. Subiendo, bajando, subiendo,bajando, luego subiendo, subiendo y subiendo más. ¡Uf! Qué duro estuvo. La mayoría del tiempo no se podía perder la concentración, pues el camino requería mucho esfuerzo mental ya que pasamos por muchas pendientes, caídas de rocas, puentes colgantes, mucho lodo y camino resbaladizo.

El cargamento iba sobre burros. Fue muy triste la muerte de uno de ellos al cuarto día, le cayó una roca en la cabeza y rodó directo al río. No se pudo hacer nada por ayudarlo. Al siguiente día, el arriero de los burros sufrió algo parecido, con la suerte de que sí pudieron rescatarlo, no alcanzó a llegar al río, solo tuvo algunos golpes en su cuerpo. Esa noche se le ayudó con algo de medicina para que no le duela tanto.

El río Burigandaki siempre nos acompañó con sus tremendos y portentosos ruidos. Además una que otra sanguijuela vino también a darnos la bienvenida en dos de nosotros. Una me tocó a mí pero la saqué a tiempo de mi pierna y la otra le tocó a Hernán, nuestro amigo Argentino, pero la de él si alcanzó a chuparle un buen trago de su sangre, tanto que se puso bien gordita la bendita sanguijuela. Fue interesante pues no las conocíamos en persona. Lo chistoso fue que quedamos sicociados con estas picadas y cada diez pasos sentíamos picadas y nos revisábamos. Por supuesto, los hombres tenían mucho susto de que les piquen en lugares sensibles.

Por eso y muchas cosas más, siempre había motivos para reírse y gozarse la caminata. Pero por sobre todo, el gozo radicaba en la belleza inigualable de los paisajes. Nos dimos cuenta de que nuestro planeta tiene aún mucho que dar, mucha vida. Nos llenamos de amor y esperanza al ver tanta vida, tanto naturaleza, tanto verde. Si bien es cierto que en Ecuador estamos acostumbrados a la naturaleza, pero lo que hemos visto acá no tiene comparación en tamaño. Todo es muy grande, las cascadas son impresionantes y los árboles también. Logramos ver dos tipos de especies de monos.

Fue hermoso verlos en su hábitat, tan libres, tan naturales. Por eso al inicio de este escrito, describí a este camino como una peregrinación, porque así fue. Cada día, además de las pruebas que debíamos sortear, sentíamos una limpieza muy profunda en nuestros espíritus, como preparándonos para poder entrar a un lugar muy sagrado: el campo base del Manaslu. Y de hecho, el día antes de llegar, en el lugar de descanso que tuvimos, Samagon, fuimos a realizar un ritual muy importante para los habitantes de acá. Ingresamos a un templo budista, donde un Lama dirigió la ceremonia con sus mantras, arroz de ofrenda y unas semillas especiales que nos dieron en la boca para protección. El Lama, nos dijo que cada día iba a orar por nosotros y por todos los que estuviéramos acá en la campamento para que la montaña nos cuide. Santiago y yo, además fuimos donde estaba una gran estatua de Buda, nos arrodillamos y pedimos su bendición.

Hoy, segundo día en el campamento base, ya un poco más aclimatados y con las cosas más en su lugar, hemos podido recordar todo lo vivido en los días anteriores y reír nuevamente y dar las gracias. Nos sentimos a gusto. Estamos contentos por haberlo logrado, por estar instalados y ya con la mirada en la montaña. Santiago, Hernán (amigo argentino), Kaila (sherpa) y Víctor (un compañero colombiano) están ya haciendo sus planes para empezar la ascensión y con ella la aclimatación previa que deben hacer en cada campamento. Tal vez empiecen dentro de dos días.

Por lo pronto, seguiremos instalándonos, organizando las cosas, cargando el equipo de comunicación, lavando la ropa, bañándonos (pues hace rato que no lo hacemos), comiendo bien y conociendo a la gente que comparte el campo base. Y mañana haremos la caremonia de la Puya, en la cual se pide a la montaña y a las cuatro direcciones del viento, que acompañen a los montañistas en su ascensión y les permitan ascender y descender bien. Qué importante es hacer esto involucrando todos nuestro sentidos, alineando nuestro pensar, sentir y actuar para que no se vuelva algo sin sentido, algo de hacer por hacer. Y acá, nuestro propósito es tomar conciencia de todo lo que vivamos, de por qué lo hacemos y para qué lo hacemos. Si logramos hacer esto siempre, a cada instante de nuestras vidas estaríamos en otro nivel de conciencia. Pero lo importante es que ya por ratos lo hacemos, lo intentamos, ya empezamos el camino. El camino del peregrino…que no tiene fin.

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